viernes, 17 de octubre de 2008

IX - El túnel

Evadiendo formas hoscas que se mimetizan en la oscuridad, desandando calles solitarias en una noche fría, donde Shulco cede su guardia a Illapa, me guarezco al amparo de la lluvia. Illapa ensordece con su cólera las montañas, mientras sus bramidos se multiplican en ecos a lo largo de las quebradas. Empieza a descolgarse una garúa tímida y persistente. Desde mi oportuno refugio me sorprende un bulto que alejándose de una ventana se desliza por el empiedre de la calle camino a los linderos del Monumento. Otra vez el indigente, con su bandolera de trapos sueltos, furtivamente al amparo de las sombras, subiendo las escalinatas que llevan a los barrios altos. Decido seguirlo sigilosamente. A la mitad de la escalinata, la abandona trepándose para desaparecer entre cardones y queñuas. Dudo un instante, atemorizado por lo desconocido y la oscuridad misma, pero al final voy detrás de él. Con dificultad, resbalando en el lodo incipiente que se forma llego por fin a la explanada, temblando de frío, calado hasta los huesos. Frente a mí se levanta la sombra de una construcción rectangular, desde la cual el mendigo se desprende para seguir subiendo una pequeña lomada, esquivando cardones que con sus brazos extendidos parecieran tan espantados como yo. Me refugio amparado por la oscuridad en aquella construcción ahuecada donde mi mano se posa en algo blando, un retazo de tela. De pronto un relámpago hiere la bóveda gris, mientras con horror descubro que estoy sosteniéndome en los restos mortuorios del cadáver de un niño. Mientras retrocedo instintivamente, me percato que estoy ante los restos de un antiguo cementerio abandonado, cuyos nichos destruidos por la erosión del tiempo, develan involuntariamente su fruto negro. Junto a la antigua sepultura veo la torre de santa bárbara en lo alto de la colina del mismo nombre, a la izquierda del majestuoso Monumento a la Independencia. En ese punto, el mendigo se da vuelta, mientras yo me agazapo entre las sombras de los restos del cementerio. Ayudado por Illapa espío como pareciera buscar frenéticamente algo en las aberturas de la torre. Los restos de la torre de esta iglesia, fue utilizada como fortificación por los españoles, y como atalaya por el Ejército independentista del Norte. Fue sitio de combate en 1837 durante la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana. Y finalmente fue desplazada para erigir el Monumento a la Independencia. La torre formó parte de una antigua iglesia de Humahuaca, en la que según la memoria oral, la utilizó el creador de la bandera, el Gral. Manuel Belgrano, para avistar a los realistas. Desde entonces es llamada “el mirador de Belgrano”. Fue parcialmente destruida en la batalla de Humahuaca, en 1817. Se llega por un camino que se encuentra al lado del Monumento a la Independencia. Me alejo rápidamente, tras el mendigo, que con un aparente gesto de contrariedad desaparece de un salto mientras la lluvia cae torrencialmente. Al ir desplazando ramas de churquis cuyas choloncas emiten un cascabeleo al ser mecidas por Shulco, quien se traba en una feroz competencia con Illapa, descubro que voy rodeando el Monumento por la izquierda. He perdido al indigente, pues hay una cortina de agua que dificulta la visibilidad. Al agazaparme contra la pared pétrea del monolito, contemplo una entrada abierta, como una boca de lobo dispuesta a devorarme. De nuevo la indecisión. Me atemoriza lo inexplorado y pienso seriamente en no aventurarme. Mientras dubitativamente analizo los pros y los contras de ingresar, un chillido agudo y penetrante me aterra, haciéndome agazapar e instintivamente acercarme a la abertura, mientras una saeta blancuzca hiere las gotas traslucidas que contrariamente a mí no se dejan intimidar. Viene a mi mente esa entidad espeluznante que me sorprendió en lo alto de este Monumento y empiezo a temblar convulsivamente. Inconscientemente ingreso por la abertura que en sus primeros metros es de piedra para luego convertirse en tierra. Es demasiada la oscuridad; me guió por la luz tenue de los relámpagos. Me detengo un instante para escuchar y el silencio es sobrecogedor, mientras voy descendiendo. Hasta aquí me voy dando cuenta que estoy en un túnel angosto y profundo que va por debajo del Monumento vaya a saber hacia donde. El fragor de los elementos se hace cada vez más lejano, el aire se enrarece. Empiezo a tropezar con cosas sueltas que ruedan. Me detengo, inclinándome, la vista se va adaptando de a poco a la oscuridad y distingo siluetas tenuemente dispersas por el suelo. Tanteo el piso y un escalofrío me recorre todo el cuerpo, pues son huesos dispersos y lo que hice rodar por un largo trecho son calaveras. De pronto un siseo suave viene hacia mí, algo o alguien viene a mi encuentro raspando la pared, cruzando en sentido contrario el osario. Desando lo andado a los tumbos anhelando como nunca la salida, mientras mi corazón es un trueno más dentro de mi pecho. Subo a tropezones, saliendo en medio de la lluvia torrencial y corro, corro como loco sin querer mirar atrás, apoyándome bajo un gran cardón, temblando de horror y de pavor, mientras en la entrada del túnel un par de ojos aterradores me observan un instante, para luego desaparecer tras su bandolera de trapos.

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