martes, 9 de diciembre de 2008

XII - La Laguna de Leandro

La Hermana Teresa se pregunta mientras camina frente al altar, sobre la aparición del aquel extraño diario ¿quién era ese monje de blanco que se había arrodillado justo en el lugar donde apareció el libro? Y lo mas inquietante ¿Quién lo había colocado allí?. Inspecciona la base del altar, recorriéndola con sus finos dedos; madera de cardon barnizado áspero al tacto. Se percata que una de las maderas cede levemente. Cuando se propone hacer un nuevo intento un roce a sus espaldas la sobresalta. Un muchacho joven, acólito del diácono, acomodando los elementos del altar, la saluda con una sonrisa. Son preparativos previos a la misa litúrgica. La Hermana con pasos cansino sale al patio de la prelatura para sentarse a los pies de un frondoso árbol . Luego de entretenerse observando como los niños descendientes de coyas ofrecen sus declamaciones populares mientras juegan en la plaza a través de las rejas, sus dedos delicados acarician como al descuido el diario del padre Bernal en el interior de sus ropas. Lo abre dispuesta a seguir leyendo donde el azar se lo indique... “Me llama la atención una leyenda que cuentan los ancianos de la quebrada sobre una laguna extraña y misteriosa, cruzando Parca de Aparzo, mas allá del pequeño pueblo de
chorcan. Cuentan que hace muchísimos años, vivía en Queragua, distrito de Humahuaca, un runa llamado Leandro, bueno y trabajador. Tenía un rancho de adobe, su mujer, un rebaño de ovejas y una tropa de llamas. En uno de sus viajes a Tres Morros conoció a un viejo arriero puneño, quien le contó que en los primeros tiempos de la conquista española habían llegado emisarios del Inca Atahualpa, pidiendo todo el oro y la plata que tuvieren, para pagar su rescate. Cumplida su misión, regresaban ascendiendo trabajosamente por la Quebrada de Humahuaca, con sus llamas cargadas al máximo, cuando se enteraron de que el Inca había sido muerto por los españoles. No deseando que los tesoros recogidos cayeran en poder de los enemigos, arrojaron sus cargas en las proximidades de una solitaria y casi desconocida laguna, situada a unos 4170 metros sobre el nivel del mar, al noreste del pueblo de Humahuaca . Leandro y su mujer no vivían tranquilos pensando en la forma de apoderarse del fabuloso tesoro, hundido en las serenas aguas de la laguna legendaria. Resolvieron que el único medio posible sería desagotarla, construyendo un zanjón de desagüe en la zona de más declive del terreno. Leandro puso manos a la obra. Los días y los meses pasaban cuando una tarde de febrero comenzó a bramar el viento, se encrespó la laguna, bramó el trueno y emergió súbitamente del agua la figura de un formidable cuadrúpedo con las astas de oro puro. Tan aterrorizado estaba Leandro que ni siquiera podía moverse. Desaparecido el espantoso animal en las profundidades de la laguna, el runa regresó a su casa. Juró que nunca volvería y que todo eso era un aviso de Apu-Yaya (Viejo dios del cerro) por su afán de destruir la laguna. Sin embargo Leandro volvió a las andadas, y cuando se creía muy próximo al triunfo, apareció otra vez el terrorífico animal luciendo su cornamenta de oro. El animal, dirigiéndole una imagen centelleante, lo inmovilizó y lo fue atrayendo lentamente hacia el centro de la laguna, hasta que desaparecieron tragados por el agua. Leandro pagó así, su temeridad y avaricia. Cuenta la gente del lugar, que en las noches tormentosas cuando arrecia el viento, se suele oír el golpear de las piedras que Leandro tira, para rellenar la tierra que en mala hora cavó en su insensatez e irreverencia...” La hermana Teresa, hace una pausa, para cavilar que esta Laguna es famosa lamentablemente por ser depositario de desaparecidos durante la época del proceso, en nuestro país. Sus aguas son un sembradío oscuro de NN. Es una laguna de leyenda pero también un lugar que el lugareño evita por un manto de negrura histórica que la cubre. En este lugar se filmó La deuda interna. Abre el diario otra vez al azar... “Una fuerza inexplicable me atrae hasta este lugar. Esta expedición se a hecho penosa. Los caballos se encabritan y no quieren marchar bufando e incluso retrocediendo. Estamos a media hora de la Laguna, bordeando un desfiladero de lajas . El guía esta inquieto, le intranquiliza la actitud de los caballos que olisquean el aire. De pronto palidece y, mirando a su alrededor de forma asustada, salta de pronto hacia adelante, los aferra por las bridas y los hace avanzar unos metros. Yo le sigo y le pregunto por qué hace aquello. Me mira pero no me contesta luchando con los caballos que no quieren seguir avanzando, mientras manotean nerviosos. El avance se hace lento, él tirando y yo empujándolos de las ancas para trasponer la última lomada que nos separa de la Laguna. Cuando cansados hasta el agotamiento, sudorosos, terminamos de subir, un nubarrón vela al sol moribundo que se resiste a abandonarnos, como si presagiara lo fatal. Ante nosotros se revela uno de los paisajes mas desoladores y tristes que ojo humano haya explorado. Sobre una puna desolada la laguna era un signo del infinito curvado, de aguas cenagosas y turbias en donde comienza a soplar un aire helado que cala hasta los huesos. El sol comienza a morir en el horizonte, huyendo; yo lo seguiría con gusto porque una extraña sensación llega a mi alma con la presencia de las primeras sombras; una angustia indescriptible...” Las campanadas que invitan al recogimiento, en el devoto cobijo de la misa sobresalta a la hermana Teresa, que sobreponiéndose a un escalofrío se dispone a la oración, sin percatarse que detrás de las columnas de piedra que rodean a la municipalidad alguien la ha estado observando con un puño apretado sobre su pecho, en un frustrado anhelo.

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