Al salir del túnel, mis pasos torpes me llevan raudo hasta aferrarme a una verja de hierro, que se queja tenuemente. Sus hojas estaban unidas por cadenas a un candado colonial, con forma de un corazón atravesado por una espada. Oteo su interior, llamando mi atención los múltiples mausoleos adornados por coronas de flores artificiales. Se mezclaban con las flores naturales resecas. No se porque ingresé forcejeando entre las hojas del portón, tal vez lo que dejaba atrás me daba mas pavor. Mis pasos cautos deambulan entre tumbas diversas, hasta que me apoyo en un mausoleo cuya placa decía “Edmundo Zaldívar, autor del carnavalito El Humahuaqueño”. Recordé que este músico trascendió las fronteras de nuestro país. Junto a él otro mausoleo ostentaba otra placa que decía Ricardo Vilca, un músico que indagó sobre sus raíces con profundidad y tradujo a su propia vibración musical lo que percibía en el bucólico entorno de su tierra. Vilca fue conocido como "el artesano del silencio". ¿La razón? Sus obras quebraban el ambiente suspensivo de la Puna con la misma delicadeza con que lo hacen cotidianamente los campanarios, los teros y el bullicio general. "En la Puna cada ruido merece su atención. Yo los escucho, me inspiro y los musicalizo", recuerdo que expresó a modo de revelación de sus métodos. Me siento en su mausoleo, mientras contemplo como la luz plateada de la luna hacía resaltar el lívido blanco de las cruces a mí alrededor. Me recuesto mirando un cielo majestuoso donde miles de estrellas titilan con colores variados, fenómeno que sólo se da en estas alturas. No se porque traigo a colación estas palabras de este músico, pero como si su espíritu se insuflará en mi interior mis músculos se tensan y mis oídos se agudizan. Un ruido imperceptible llega desde el muro que se encuentra a varios metros de mí. Luego de titubear, me acerco sigiloso mientras una sombra rauda se arrastra entre las cruces en la misma dirección. Quedo petrificado de terror mientras me agazapo detrás de un mausoleo, quedándome inmóvil. Mi mirada recorría a intervalos el muro de adobe y las sombras donde sentía que algo acechaba expectante. Mi intranquilidad aumentaba mientras sentía un murmullo que subía y bajaba de volumen al otro lado del muro. Una voz dijo:
- Ahora….rápido…sube…
Sentí como alguien forcejeaba, intentando trepar hasta que llegó a la cima. Era un muchacho adolescente que se inclinaba peligrosamente para ayudar a subir a otro.
- Esta oscuro, apúrate – lo arengaba mientras miraba receloso hacia unas tumbas a la cual la luz de la luna velaba.
Con creciente angustia observo como una silueta antropomorfa se mueve en la oscuridad con la evidente intención de acercarse a la pared.
En lo alto del muro, los dos muchachos asustadizos, discutían cual iba a bajar primero. Uno de ellos se animó y se lanzó cayendo a unos metros míos. Ni bien se reincorporó miró a su amigo que seguía en lo alto sin animarse a descender. En ese instante, me sobresalto un bulto antropomorfo que cayó violentamente sobre el guaquero, que emitió un gemido sordo de terror y de sorpresa. No pude verlos en la oscuridad, pero se sentía una lucha vertiginosa entre golpes y quejidos, hasta que una silueta salió corriendo esquivando los testigos mudos de los mausoleos seguida por otra sombra que gruñía y jadeaba. Miré hacia lo alto de la muralla, donde el otro guaquero había quedado petrificado, hasta que se tiró hacia la calle. Me moví sigiloso, bordeando el paredón hasta que esquivando el osario logro llegar al portón de hierro sin tropezarme con nada sospechoso. La luna iluminaba toda la loma hasta el monumento donde los guaqueros temblaban, uno aferrando al otro. Sobre la espalda agitada y sangrante de uno de ellos se podía ver marcas como de arañazos que como surcos destilaba su ámbar ofrenda al reino de la noche.
- Ahora….rápido…sube…
Sentí como alguien forcejeaba, intentando trepar hasta que llegó a la cima. Era un muchacho adolescente que se inclinaba peligrosamente para ayudar a subir a otro.
- Esta oscuro, apúrate – lo arengaba mientras miraba receloso hacia unas tumbas a la cual la luz de la luna velaba.
Con creciente angustia observo como una silueta antropomorfa se mueve en la oscuridad con la evidente intención de acercarse a la pared.
En lo alto del muro, los dos muchachos asustadizos, discutían cual iba a bajar primero. Uno de ellos se animó y se lanzó cayendo a unos metros míos. Ni bien se reincorporó miró a su amigo que seguía en lo alto sin animarse a descender. En ese instante, me sobresalto un bulto antropomorfo que cayó violentamente sobre el guaquero, que emitió un gemido sordo de terror y de sorpresa. No pude verlos en la oscuridad, pero se sentía una lucha vertiginosa entre golpes y quejidos, hasta que una silueta salió corriendo esquivando los testigos mudos de los mausoleos seguida por otra sombra que gruñía y jadeaba. Miré hacia lo alto de la muralla, donde el otro guaquero había quedado petrificado, hasta que se tiró hacia la calle. Me moví sigiloso, bordeando el paredón hasta que esquivando el osario logro llegar al portón de hierro sin tropezarme con nada sospechoso. La luna iluminaba toda la loma hasta el monumento donde los guaqueros temblaban, uno aferrando al otro. Sobre la espalda agitada y sangrante de uno de ellos se podía ver marcas como de arañazos que como surcos destilaba su ámbar ofrenda al reino de la noche.

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