viernes, 12 de septiembre de 2008

VIII - El padre Bernal

La hermana Teresa ingresa a su celda, dejándose caer sobre el lecho, sintiendo que la luz se disipaba en su corazón mientras fuerzas oscuras la confundían. Rememora un hecho ocurrido a santa faustina, que lo había leído alguna vez en su diario intimo:...”cuando llegué a la celda, vi arriba de mi una hostia sagrada en una gran luz. De pronto oí una voz que me parecía saliera de arriba [de] la hostia: “En ella esta tu fuerza; ella te defenderá”. Después de estas palabras la visión desapareció, pero una fuerza misteriosa entró en mi alma y una extraña luz [me hizo conocer] en que consiste nuestro amor hacia Dios, es decir, hacer su voluntad. Este recuerdo no la ayudaba, pero anhelaba que le pasara a ella en este momento.
En la silente sencillez de su aposento, la Hna. Teresa, relee una vez mas con detenimiento el párrafo del manuscrito sibilino, escrito por el padre Bernal, que le inquietaba. ...”En determinada fechas propicias, un torrente de formas de pensamientos de variadas procedencias asolan las regiones, obcecando a la humanidad. Sobre todo, sus propios pensamientos pecaminosos, tomando las formas más fuscas y diabólicas que las mentes más retorcidas y perversas pudieran imaginar. Por un intervalo de tiempo, esas formas, tientan, obsesionan y buscan poseer a los seres favoreciéndoles para el logro de sus objetivos las múltiples debilidades humanas. En ese tiempo espacio la humanidad es presa de sus propias creaciones...” La Hna. Teresa se detiene en este punto, pues un escalofrío recorre convulsivamente su cuerpo, mira el almanaque en la pared, percatándose de que marca una fecha aciaga para los paganos: 1 de Mayo. Fecha en la que lo diabólico asola las regiones del planeta con todo su poder; en la que se abren las tumbas y las ánimas salen a deambular; en la que todas las cosas maléficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su sínodo. Afuera, el zumbido suave de Shulco se convierte en un quejumbroso lamento entre los cardones, mientras a los lejos, el aullido lastimero de un perro, presagia algo oscuro y maligno entre los nubarrones prietos que velan a la luna. Un escalofrío hace que la hermana se arrope mas entre sus cobijas, mientras, recuerdos llegan en la inquietud de su conciencia. Entre ellos, la de un extraño monje que frecuentaba la iglesia, usándola de refugio, le decían hermano Bernal, aunque nadie sabía si ese era su verdadero nombre, ni se sabía nada de él. ¿Era ese hombre el autor del manuscrito que tanta angustia le había generado al leerlo? Un hombre que una noche, saliendo de entre las columnas de la iglesia, y mirándola de una forma extraña, le suplico que rezara por él, agregando que solo ella podía salvarlo de “aquello” que sabía que él sabía, desapareciendo misteriosamente. Luego lo volvió a ver algunas veces mas en el pueblo, deambulando disimuladamente, sentado en los rincones, con la mirada furtiva y temerosa. Todos lo consideraban loco, pues pregonaba que un pecado original lo condenaba. Ella le tenía miedo. Hasta que lo encontró muerto, inexplicablemente, sin signo de violencia en las gradas del Monumento. Lo que la atemorizaba mucho, era que se había topado con él y en algunas noches, veía una silueta parecida deambulando entre las sombras. Otras, lo había descubierto, acechándola, con sus ojos brillosos e inexpresivos. Pero se dijo que no podía ser él, que era alguien parecido, aunque la inquietaba la posibilidad de encontrárselo. En un recodo de la habitación, sus ojos contemplan la imagen de uno de sus ancestros: Santa Faustina; Beatificada y canonizada por Juan Pablo II el 30 de Abril de 2000. Ella había sido su modelo y la inspiradora para dedicar su vida a la vida misional que comenzó allá en su Polonia natal. Ya que Santa Faustina Kowalska, desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. De su humilde mesita de luz, tomo el Diario de Santa Faustina, que ella leía antes de dormir, denominado La Divina Misericordia de mi Alma, libro místico que recoge las palabras de Jesús sobre su infinita misericordia. Abre el libro en un párrafo que hacia tiempo, meditaba... “Hoy tráeme a toda la Humanidad, especialmente a todos los pecadores y sumérgelos en la inmensidad de mi Misericordia. De esta Forma me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas. Hoy tráeme a las almas de los sacerdotes y religiosos y sumérgelas en mi insondable Compasión. Hoy tráeme a las almas que están detenidas en el purgatorio y sumérgelas en las profundidades de mi Clemencia. Que mi sangre, cayendo a chorros, apacigüe las llamas en que se abrasan. Todas estas almas me son muy queridas. Ellas cumplen el castigo que se debe a mi justicia. En tu poder está socorrerlas. Saca todas las indulgencias del tesoro de mi iglesia y ofrécelas por ellas. ¡OH!, si supieras que tormentos padecen, ofrecerías continuamente por ellas el óbolo de tus oraciones y así saldarías las deudas que ellas tienen con mi justicia”. La Hna. Teresa, levantándose de la cama, se arrodilla ante la imagen de la patrona del pueblo, la Virgen de la Candelaria, disponiéndose a hacer algo que desde hacia mucho tiempo había abandonado; la oración. Su rezo se elevo grácil y amoroso hacia las almas perdidas en absorta misericordia, mientras seres de túnicas y capuchas blancas en angelical epifanía se corporizaban en los recovecos mas olvidados de la Prelatura, difuminándose al instante ante una fe que desfallecía. Con su semblante de profunda misericordia, la virgen contempla como la Hna. Teresa con el rostro entre las manos llora amargamente murmurando:
-Perdóname Señor...no puedo...- (Se sentía como Pedro en el Huerto de lo Olivos que en vez de rezar se quedo dormido y termino traicionando al Maestro. Y hacia suya la recriminación de Jesús...” Simón, ¿duermes? ¿Ni una hora has podido velar? (Mc 14,37); anhelando ser como el Maestro que sumido en su angustia insistía mas en su oración, como relataba el evangelista Lucas) sus labios se callan abruptamente, al descubrir por la ventana una mirada penetrante y triste que la espía. Shulco juega con un amasijo de trapos sueltos, mientras la hermana con un grito de terror cae desvanecida a los pies de la imagen de la Virgen al instante que la aparición desaparece en las sombras.

VII - El ente

Sentado a los pies de la estatua, a muchos pies de altura sobre el nivel de la explanada, observo a mis pies una vez más, un pueblo dormido ignorante de la desolación de mi alma. Las palabras del oficial hacen ecos en mi conciencia. Había hallado a mi padre, el padre Bernal, entre extraños vericuetos del destino. Muerto. Dejándome en un laberinto de misterios y de interrogantes sin respuestas. ¿Para que me había citado? ¿Quién era ese ser que acechaba desde la sombra de túnica negra? ¿Por qué me vigilaba el mendigo? Si, eran muchas preguntas inquietantes y que me daban terror. Empiezo a temblar con esa sensación desoladora del desamparo y la inseguridad, porque una sola herencia me había dejado tras su muerte, el miedo visceral a mi mismo, a mis ideas oscuras, a mi imaginación, a mi in conducta. Porque el me había condicionado con la idea de que al morir esas fuerzas sombrías creadas por mi en vida me obsesionarían. Mi padre, como la mayoría de mi familia sufría de perturbaciones de la actividad cardiaca, palpitaciones, arritmias breves, taquicardia duradera y hasta graves estados de debilidad del corazón, difíciles de diferenciar de una afección orgánica, perturbaciones de la respiración, ataques de sudor, ataques de vértigo locomotor por lo cual no me sorprendía el diagnostico del forense. Pero, algo no encajaba totalmente; viene a mi memoria parte del dialogo de la Hna. con el oficial:
-Su rostro, oficial, expresaba un terror tan conmovedor; los ojos desorbitados, la boca abierta, las manos sobre su pecho, como si hubiese querido alejar algo o alguien de él.
¿Que había aterrorizado tanto a mi padre? De pronto, el silencio de la noche, la soledad de este pueblo que se me antoja a estas horas un páramo inhóspito empieza a inquietarme. Comienzo a sentir las estridentes palpitaciones de mi corazón, y mi cuerpo temblando convulsivamente. Un hálito maligno, ha hecho huir al silencio. No estoy solo; algo o alguien esta parado a mis espaldas. Me parece sentir su aliento en el cuello. No me atrevo a moverme, mientras el cuerpo rehíla siento las manos sudadas a causa de la angustia terrible que me sobrecoge. Siento que las fuerzas me abandonan, caigo de costado mientras observo con terror una entidad umbrosa desprenderse de las sombras con su velo de oscuridad sobre mí. Antes de desvanecerme, mi ultima imagen es la de un mendigo subiendo las escalinatas del monumento con dificultad, casi arrastrándose con sus zarpas de pesadilla extendidas profiriendo un lamento inaudible para mi conciencia.

VI - La víctima

Mientras salgo presuroso de la iglesia, el crepúsculo tiende su manto sobre el pueblo al unísono con los faroles que se encienden repentinamente. De la sombra, que me había dejado inerte y sorprendido no queda ni rastro, ni de la Hna. Teresa. Subo Algunos escalones hacia el Monumento, pero desisto, vuelvo a sentarme en la plaza; el recuerdo de aquella negrura misteriosa me llena de espanto y decido quedarme al amparo de la gente que aún cruza la plaza. La confesión de la hermana mueve hilos misteriosos en mi memoria que es un brocal profundo donde no logro todavía atisbar mucho. Sus palabras e ideas me parecen conocidas, como si no me fueran ajenas. Además, me pregunto por que razón me encuentro en este pueblo solitario e ignoto. No recuerdo mucho. Se que busco a alguien. Entre los remolinos confusos de mi memoria surge la imagen adusta, pero severa de mi padre. ¿He venido a buscarlo a él? Creo que sí, aunque todavía no recuerdo para que. Ah...el me había citado aquí, para decirme algo importante, algo que había confirmado en este lugar. Mi padre siempre tuvo ideas extrañas. Desde niño, me platicó que el bien y el mal no existen por si mismos, que el ser humano crea y alimenta esas fuerzas desde las noches de los tiempos. Pero, desde que visitó Humahuaca algo lo tenía asustado, y en un sobresalto diario hasta que desapareció. De repente, no hubo mas cartas, ni llamadas, nada. Luego de un tiempo sin saber de él decidí buscarlo. Por eso rondo este pueblo, esperando verlo. El tenía la idea de que todos sus esquemas de pensamientos y creencias, a través de la imaginación generaban formas y siempre decía que si uno podía librarse de las ideas podría liberarse de este mundo. Si uno no lo lograba estaba condenado a formar parte de un torrente siniestro o de un torrente celestial, dependiendo de las inclinaciones o limitaciones
de cada uno. En suma, uno era esclavo de sus propias debilidades. Y que lo siniestro o lo celestial no tenía nada que ver con el bueno o lo malo, sino con nuestra incomprensión de la vida. El le tenía miedo a sus ideas, por que habían llegado a obsesionarlo. Las sombras empiezan a ensombrecer mi mente, mientras el silencio lucha con Shulco entre los árboles añosos y las calles que entre adoquines se me antojan muecas gélidas y burlonas. Reflexiono algo que me llama la atención y son los monjes de blanco, me llama la atención que solo los veo en la iglesia ocasionalmente, en devota expectación. En cambio, seres de túnicas negras se deslizan tan furtivamente entre las sombras del pueblo, mimetizándose con ellas, que me hacen dudar si las percibo o son solo una ilusión óptica. De pronto, detrás de las pircas de la plaza, descubro unos ojos brillantes al acecho, seguido de una bandolera de trapos. Me observa. Luego del susto, reconozco al paupérrimo mendigo mientras, pasos lentos y cansinos repiquetean en los empiedres llamando mi atención. En la esquina diviso la figura de un hombre de paso marcial; reconozco al oficial de la regional. Sus pasos se detienen en la puerta de la Prelatura, mientras cansinamente sostiene la aldaba como indeciso; finalmente se decide a llamar. Luego de insistir varias veces, la pesada puerta se abre, asomando la graciosa cabeza de la Hna. Teresa:
-Buenas noches Hna. Disculpe lo intempestivo de la hora, pero tengo noticias que le podrían interesar.
-Buenas noches oficial. ¿Descubrió la identidad de la víctima?
-Era un sacerdote, Hna. Murió, aparentemente de un ataque cardiaco. Era el Padre Bernal que... – No pudo terminar la frase, porque la expresión del rostro de la Hna. Teresa lo sobresalto.
-¿Le pasa algo, Hna? ¿Se siente bien?- Ella se repuso de golpe, sosteniéndose de la puerta, temblando.
-Disculpe, oficial, no es nada. Debo dejarlo, es tarde y hace frío. Gracias por su visita y la consideración de traerme esta noticia.
-Pero, Hna....-La puerta se cerro de golpe dejando al pobre oficial estupefacto ante la reacción de la, hasta ahora, dulce Hna. Teresa.

V - La hermana Teresa Kowalska

La hermana Teresa, arrodillada frente al altar, dispuesta a hablar con su único confidente, observa furtivamente los alrededores de la iglesia, desierta a esas horas, antes de posarlos en la imagen de nuestro señor Jesucristo. Su mirada anhelante se detiene en cada detalle del altar recordando a santa faustina Kowalska, que en su Polonia natal, durante la santa misa celebrada por el Padre Andrasz había visto al niño Jesús sentado en el cáliz (...) con los bracitos extendidos hacia ella. Después de una profunda mirada le había dicho estas palabras: “Así vivo en tu corazón, como me ves en este cáliz”. Ese don había estado en su familia y ella lo llevaba desde niña, aunque le angustiaba darse cuenta que a medida que pasaba el tiempo ella lo iba perdiendo. Segura de la privacidad con el señor, cierra los ojos sin percatarse de la figura que ingresa lentamente, ubicándose a sus espaldas, con afectado gesto de contrición, de rodillas. Ella necesita hablar con alguien de lo que le pasa y no conoce mejor escucha.
-Señor...se que no soy digna de estar ante tú mágica presencia...se que no debí haber leído aquel manuscrito, Señor, que me llena de confusión y de dudas...pero lo que allí dice me asusta y me atrae, como si...perdón, perdón, Señor, por lo que voy a confesar, pero es como que alguna parte de mi siente que puede ser verdad...Allí dice, Señor...-su voz se quiebra y se hace cada vez mas velada- dice que la luz y la oscuridad toman formas de acuerdo a los caprichos de los creyentes...dice, que dicha luz y oscuridad son una creación del hombre...sé que puede sonar a blasfemia- y no pudiendo soportar mas, las lágrimas cayeron por sus mejillas, mientras sus labios temblaban- a causa de eso que leí, Señor, no tengo paz...tengo miedo de pensar...tengo miedo de mis emociones, de mis deseos, porque, ¿y si toman forma señor?, ¿que será de mí?...Mi miedo, Señor, es una fuerza tan voraz que a veces pienso que tiene voluntad propia, ya no lo controlo, Señor, él me controla, me obsesiona, cualquier cosa me sobresalta, experimento terror por el más leve murmullo...señor- y la angustia y las lágrimas se mezclan- ten piedad de mi...ten piedad de tu servidora, Señor...sácame de esta confusión y de la duda que se apodera de mí...
La madre Teresa, sale corriendo, con una angustia terrible, sin percatarse que ha dejado a un impenitente temblando, aferrado a la balaustrada , sin fuerzas y sin consuelo como ella; quién al sentirla pasar oculta el rostro entre las manos, porque de entre los confesionarios una sombra se desliza entre las sombras tras ella dejando una estela de cerrazones mientras los arcángeles arcabuceros, gloria pictórica de la escuela cuzqueña, a lo largo de la nave por algún extraño efecto óptico, cierran sus ojos.

IV - El oficial

Sentado en un banco de la plaza, frente al cabildo que cuenta cada minuto que pasa en un reloj, me entretengo observando a los niños que atosigan a los turistas que se agolpan para esperar unas de la mayores atracciones de este pueblo, la aparición y bendición de un santo: Francisco Solano, ante el que se arrodillan nativos y foráneos a la hora del ángelus. Mientras sigo con la vista a un niño que le canta una copla a una señora, veo salir a la monja que se sobresaltó con mi presencia y no se por que misterioso impulso la sigo. Recorremos calles de adoquines hasta un café cercano. Adentro, cerca de la puerta de entrada, la espera un hombre mayor, único cliente. Al mismo tiempo que ella se acerca a él, me apoyo en la pared, lo más cercano a la puerta, para escuchar sin ser visto.
-Le pido disculpas madre, por la molestia, pero necesito hacerle unas preguntas. Entiendo que usted descubrió el cuerpo de ese pobre hombre esta mañana.
La madre Teresa se santiguo, mientras estrujaba nerviosa las borlas de su rosario.
-Así es oficial, Dios lo tenga en su gloria, la expresión en el rostro de ese hombre no lo olvidare nunca.
-¿A que se refiere, hermana? -
-Su rostro, oficial, expresaba un terror tan conmovedor; los ojos desorbitados, la boca abierta, las manos sobre su pecho, como si hubiese querido alejar algo o alguien de él.
-Reconozco que es un caso extraño, el cuerpo no tiene señales de violencia. Pero habrá que esperar el informe del forense.
-¿Sabe quien era ese hombre?-
-No llevaba identificación encima. De todas formas estamos recorriendo hoteles y albergues, para descubrir si se hospedaba en alguno.
-¿Quien tendría motivos para matar a un extraño? ¿Y en este pueblo tan pacífico?
-Eso deberemos averiguar.- e inclinándose hacia la Hna., en un tono confidencial, continuó - Lo extraño es que no es el único caso. Le agradezco su tiempo hermana. Debo volver a la Regional.- Ella contesto con una leve inclinación de cabeza, quedando por un momento
pensativa.
Reconozco que esta charla me perturba un poco, mas aún teniendo un espíritu curioso e inquisitivo. Mientras observo alejarse a la monja, me quedo pensando en ese incidente y en el misterioso muerto. En realidad todas las experiencias que he vivido desde mi llegaba fueron extrañas; la aparición de la noche, el mendigo harapiento, el espanto de la monja al verme y ahora se suma el difunto. Los interrogantes son inevitables, ¿el ser que me seguía anoche era el supuesto asesino? ¿El ser de capucha en el monumento tenía algo que ver? Cuando mas le doy vueltas al asunto mas me intriga. Rememorando las actitudes de la monja, llego a la conclusión de que algo tiene que ver o saber, porque es evidente que su personalidad destila miedo; pero, ¿de quién o de qué?

III - El manuscrito

La Hna. Teresa, misionera claretiana, recorre el largo pasillo que la separa de la biblioteca, con pasos rápidos e inseguros, volviéndose cuando un murmullo o un ruido desconocido la amedrentaba. Aún tiene la imagen de aquel sacerdote con el cual se ha tropezado fuera de la capilla. No entendía su propia reacción, ese miedo visceral y repentino ante un desconocido. Ella estaba segura que ese rostro lo había visto en alguna parte, pero ese hermano no era del pueblo ni pertenecía a su congregación.
Unos pasos la sobresalta a sus espaldas.
-Hna. Teresa, aquí está el manuscrito que me ha encargado.- acercándose a su oído le susurro con una voz temblorosa- yo no se lo he dado, ¿me entiende?
La hermana Teresa sonríe nerviosa, mientras mira a su alrededor.
-Gracias hermana, quédese tranquila.
Ese manuscrito, apócrifo y prohibido, había llamado la atención de la hermana Teresa, por el celo desmedido con el cuál sus superiores cuidaban de que nadie de la congregación lo leyera. Lo había escrito un sacerdote joven, rebelde, y él mismo se había encargado de distribuirlo entre las prelaturas de Quebrada y Puna. A causa de ello había sido expulsado de su orden, nadie sabía su paradero ni que había sido de él, convirtiéndose en un mito más en la silente orfandad de los claustros. Mientras lo oculta entre sus ropas, sale de la capilla con pasos rápidos y furtivos.

II - Los monjes de blanco

El comedor del hotel de turismo esta casi vacío. Uno que otro peregrino como yo consumiendo frugalmente. No siento ganas de desayunar y me siento en un mullido sillón cerca de la chimenea, frente a los grandes ventanales empañados. Una pareja de turistas que se encuentran en la mesa mas cercana conversan sobre su paseo matutino:
-He quedado impresionada aún por lo que vimos. Nunca se me hubiera ocurrido que en un pueblo tan tranquilo nos encontráramos con un cadáver.- dice ella, mientras coquetamente juega con un chulo de lana con motivos indígenas demasiado chico para la blonda cabellera que ostenta.
Me acerco disimuladamente acomodándome en la punta del sillón para escuchar mejor.
-No solo nosotros; hoy la explanada del Monumento era un corrillo de gente. Escuche decir a un policía que no tenía signos de haber sido violentado.-
-Que horrible. Menos mal que anoche nos acostamos temprano.-El iba a acotar algo, pero la presencia del mozo, lo hizo callar.
Me recorrió un escalofrío pues recordé la experiencia de la noche anterior. Salgo a transitar el pueblo, los mismos adoquines iluminados por ese inti tan benévolo en estas regiones. Poca gente, la mayoría viajeros. Al pasar frente a la Iglesia Prelaticia, declarada Monumento Nacional, casi choco con una monja que sale de la capilla. Ella me mira sorprendida, abriendo desmesuradamente los ojos, mientras se persigna constantemente retrocediendo e ingresa rauda al oratorio de nuevo, murmurando un: Dios mío....Quedo por un segundo estupefacto, luego ingreso a la iglesia, recorriéndola como cualquier turista normal. Me llama la atención unos religiosos de túnicas y capuchas blancas mezclados entre la gente. Pero mi sorpresa fue mayor cuando todos ellos se dan la vuelta a observarme, vuelve la incomodidad de la noche anterior.

I - El Mendigo

El cielo es una urdimbre de lentejuelas estáticas, en una noche donde mis pasos inseguros retumban al son angustioso de mi corazón. Calles de adoquines que reverberan bajo la atenta vigilancia de los faroles de las esquinas, en una Humahuaca donde el estilo colonial me hace sentir que el espacio y el tiempo se han detenido por alguna lúdica manifestación de la existencia. Me interrumpo un instante en una esquina, donde shulco se empeña en evitar que encienda un cigarrillo, mientras giro para espiar furtivamente el trecho recorrido, con esa sensación de que alguien o algo me esta siguiendo. Mis pasos errantes pero apresurados me llevan a una regia y pétrea formación: el Monumento a la Independencia. Sin pensarlo subo sus múltiples escalones con la ocurrencia de confirmar o no mis sospechas. Luego de una extenuante esfuerzo me detengo al final de la escalinata de piedra, contemplando las calles solitarias y el esplendor de un pueblo dormido a mis pies, arropado por la argenta plata de la luna. Nadie aparece. Las calles son un reflejo de esta orfandad que me acompaña; me digo que estoy susceptible, siendo victimas de mis estados alterados de conciencia. Pero, me sobrecoge una sensación incómoda de ser observado y con esa inquietud creciente espío a mí alrededor escudriñando la oscuridad que me rodea. Nada, solo cardones que elevan sus brazos en una plegaria silenciosa; tal vez algún misterioso responso. Un rumor, un leve siseo entre las sombras me sobresalta; me digo que es Shulco que lúdicamente mece este escenario nocturno. Con cierta inquietud decido marcharme; bajo la escalera lentamente, percibiendo un eco de pasos detrás de mí. Giro, pero solo contemplo el rayo de la luna iluminando la efigie muda e inmensamente maravillosa de la imponente estatua, que pareciera indicarme o alertarme algo con su brazo extendido. Un movimiento tenue me hace voltear hacia la derecha. Como prolongación umbrosa de un churqui que ostenta la majestuosidad sinuosa de sus ramas, un ser envuelto en una aparente toga negra, con la capucha sobre el rostro es una efigie muda, al acecho, amparada por la oscuridad. Quedo petrificado, temblando involuntariamente de terror. La proximidad de esa aparición es una sensación helada en mi corazón. Huyo alejándome del lugar con esa incomoda, aterrorizante sensación de ser observado e incluso los huecos vidriosos de las lámparas parecen muecas burlonas y maliciosas, acechándome. Al doblar una esquina tropiezo con un bulto de trapos sueltos que al volverse hace brillar dos ojos asustados, junto a una mano que frenéticamente intenta aferrarse a mi brazo. Mientras forcejeo con desesperación un quejumbroso murmullo de esa aparición repite: vete...vete de una vez..., al fin logro zafarme de esas manos nudosas, resecas, resquebrajadas por el inclemente frío buscando el amparo de los faroles. Luego de errar frenéticamente entre callejuelas umbrosas ingreso al hotel, agitado, con la contrariedad de que me han cambiado de habitación. Desde su ventana, recostado en el marco, contemplo con desconfianza las sombras que se proyectan por el pueblo que para mí después de la experiencia de esta noche, parecieran tener vida propia. Una vida amenazante, tétrica y misteriosa. Me acuesto lentamente, encandilado por la luz reverberante que me llega del pasillo.