La hermana Teresa ingresa a su celda, dejándose caer sobre el lecho, sintiendo que la luz se disipaba en su corazón mientras fuerzas oscuras la confundían. Rememora un hecho ocurrido a santa faustina, que lo había leído alguna vez en su diario intimo:...”cuando llegué a la celda, vi arriba de mi una hostia sagrada en una gran luz. De pronto oí una voz que me parecía saliera de arriba [de] la hostia: “En ella esta tu fuerza; ella te defenderá”. Después de estas palabras la visión desapareció, pero una fuerza misteriosa entró en mi alma y una extraña luz [me hizo conocer] en que consiste nuestro amor hacia Dios, es decir, hacer su voluntad. Este recuerdo no la ayudaba, pero anhelaba que le pasara a ella en este momento.
En la silente sencillez de su aposento, la Hna. Teresa, relee una vez mas con detenimiento el párrafo del manuscrito sibilino, escrito por el padre Bernal, que le inquietaba. ...”En determinada fechas propicias, un torrente de formas de pensamientos de variadas procedencias asolan las regiones, obcecando a la humanidad. Sobre todo, sus propios pensamientos pecaminosos, tomando las formas más fuscas y diabólicas que las mentes más retorcidas y perversas pudieran imaginar. Por un intervalo de tiempo, esas formas, tientan, obsesionan y buscan poseer a los seres favoreciéndoles para el logro de sus objetivos las múltiples debilidades humanas. En ese tiempo espacio la humanidad es presa de sus propias creaciones...” La Hna. Teresa se detiene en este punto, pues un escalofrío recorre convulsivamente su cuerpo, mira el almanaque en la pared, percatándose de que marca una fecha aciaga para los paganos: 1 de Mayo. Fecha en la que lo diabólico asola las regiones del planeta con todo su poder; en la que se abren las tumbas y las ánimas salen a deambular; en la que todas las cosas maléficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su sínodo. Afuera, el zumbido suave de Shulco se convierte en un quejumbroso lamento entre los cardones, mientras a los lejos, el aullido lastimero de un perro, presagia algo oscuro y maligno entre los nubarrones prietos que velan a la luna. Un escalofrío hace que la hermana se arrope mas entre sus cobijas, mientras, recuerdos llegan en la inquietud de su conciencia. Entre ellos, la de un extraño monje que frecuentaba la iglesia, usándola de refugio, le decían hermano Bernal, aunque nadie sabía si ese era su verdadero nombre, ni se sabía nada de él. ¿Era ese hombre el autor del manuscrito que tanta angustia le había generado al leerlo? Un hombre que una noche, saliendo de entre las columnas de la iglesia, y mirándola de una forma extraña, le suplico que rezara por él, agregando que solo ella podía salvarlo de “aquello” que sabía que él sabía, desapareciendo misteriosamente. Luego lo volvió a ver algunas veces mas en el pueblo, deambulando disimuladamente, sentado en los rincones, con la mirada furtiva y temerosa. Todos lo consideraban loco, pues pregonaba que un pecado original lo condenaba. Ella le tenía miedo. Hasta que lo encontró muerto, inexplicablemente, sin signo de violencia en las gradas del Monumento. Lo que la atemorizaba mucho, era que se había topado con él y en algunas noches, veía una silueta parecida deambulando entre las sombras. Otras, lo había descubierto, acechándola, con sus ojos brillosos e inexpresivos. Pero se dijo que no podía ser él, que era alguien parecido, aunque la inquietaba la posibilidad de encontrárselo. En un recodo de la habitación, sus ojos contemplan la imagen de uno de sus ancestros: Santa Faustina; Beatificada y canonizada por Juan Pablo II el 30 de Abril de 2000. Ella había sido su modelo y la inspiradora para dedicar su vida a la vida misional que comenzó allá en su Polonia natal. Ya que Santa Faustina Kowalska, desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. De su humilde mesita de luz, tomo el Diario de Santa Faustina, que ella leía antes de dormir, denominado La Divina Misericordia de mi Alma, libro místico que recoge las palabras de Jesús sobre su infinita misericordia. Abre el libro en un párrafo que hacia tiempo, meditaba... “Hoy tráeme a toda la Humanidad, especialmente a todos los pecadores y sumérgelos en la inmensidad de mi Misericordia. De esta Forma me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas. Hoy tráeme a las almas de los sacerdotes y religiosos y sumérgelas en mi insondable Compasión. Hoy tráeme a las almas que están detenidas en el purgatorio y sumérgelas en las profundidades de mi Clemencia. Que mi sangre, cayendo a chorros, apacigüe las llamas en que se abrasan. Todas estas almas me son muy queridas. Ellas cumplen el castigo que se debe a mi justicia. En tu poder está socorrerlas. Saca todas las indulgencias del tesoro de mi iglesia y ofrécelas por ellas. ¡OH!, si supieras que tormentos padecen, ofrecerías continuamente por ellas el óbolo de tus oraciones y así saldarías las deudas que ellas tienen con mi justicia”. La Hna. Teresa, levantándose de la cama, se arrodilla ante la imagen de la patrona del pueblo, la Virgen de la Candelaria, disponiéndose a hacer algo que desde hacia mucho tiempo había abandonado; la oración. Su rezo se elevo grácil y amoroso hacia las almas perdidas en absorta misericordia, mientras seres de túnicas y capuchas blancas en angelical epifanía se corporizaban en los recovecos mas olvidados de la Prelatura, difuminándose al instante ante una fe que desfallecía. Con su semblante de profunda misericordia, la virgen contempla como la Hna. Teresa con el rostro entre las manos llora amargamente murmurando:
-Perdóname Señor...no puedo...- (Se sentía como Pedro en el Huerto de lo Olivos que en vez de rezar se quedo dormido y termino traicionando al Maestro. Y hacia suya la recriminación de Jesús...” Simón, ¿duermes? ¿Ni una hora has podido velar? (Mc 14,37); anhelando ser como el Maestro que sumido en su angustia insistía mas en su oración, como relataba el evangelista Lucas) sus labios se callan abruptamente, al descubrir por la ventana una mirada penetrante y triste que la espía. Shulco juega con un amasijo de trapos sueltos, mientras la hermana con un grito de terror cae desvanecida a los pies de la imagen de la Virgen al instante que la aparición desaparece en las sombras.
En la silente sencillez de su aposento, la Hna. Teresa, relee una vez mas con detenimiento el párrafo del manuscrito sibilino, escrito por el padre Bernal, que le inquietaba. ...”En determinada fechas propicias, un torrente de formas de pensamientos de variadas procedencias asolan las regiones, obcecando a la humanidad. Sobre todo, sus propios pensamientos pecaminosos, tomando las formas más fuscas y diabólicas que las mentes más retorcidas y perversas pudieran imaginar. Por un intervalo de tiempo, esas formas, tientan, obsesionan y buscan poseer a los seres favoreciéndoles para el logro de sus objetivos las múltiples debilidades humanas. En ese tiempo espacio la humanidad es presa de sus propias creaciones...” La Hna. Teresa se detiene en este punto, pues un escalofrío recorre convulsivamente su cuerpo, mira el almanaque en la pared, percatándose de que marca una fecha aciaga para los paganos: 1 de Mayo. Fecha en la que lo diabólico asola las regiones del planeta con todo su poder; en la que se abren las tumbas y las ánimas salen a deambular; en la que todas las cosas maléficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su sínodo. Afuera, el zumbido suave de Shulco se convierte en un quejumbroso lamento entre los cardones, mientras a los lejos, el aullido lastimero de un perro, presagia algo oscuro y maligno entre los nubarrones prietos que velan a la luna. Un escalofrío hace que la hermana se arrope mas entre sus cobijas, mientras, recuerdos llegan en la inquietud de su conciencia. Entre ellos, la de un extraño monje que frecuentaba la iglesia, usándola de refugio, le decían hermano Bernal, aunque nadie sabía si ese era su verdadero nombre, ni se sabía nada de él. ¿Era ese hombre el autor del manuscrito que tanta angustia le había generado al leerlo? Un hombre que una noche, saliendo de entre las columnas de la iglesia, y mirándola de una forma extraña, le suplico que rezara por él, agregando que solo ella podía salvarlo de “aquello” que sabía que él sabía, desapareciendo misteriosamente. Luego lo volvió a ver algunas veces mas en el pueblo, deambulando disimuladamente, sentado en los rincones, con la mirada furtiva y temerosa. Todos lo consideraban loco, pues pregonaba que un pecado original lo condenaba. Ella le tenía miedo. Hasta que lo encontró muerto, inexplicablemente, sin signo de violencia en las gradas del Monumento. Lo que la atemorizaba mucho, era que se había topado con él y en algunas noches, veía una silueta parecida deambulando entre las sombras. Otras, lo había descubierto, acechándola, con sus ojos brillosos e inexpresivos. Pero se dijo que no podía ser él, que era alguien parecido, aunque la inquietaba la posibilidad de encontrárselo. En un recodo de la habitación, sus ojos contemplan la imagen de uno de sus ancestros: Santa Faustina; Beatificada y canonizada por Juan Pablo II el 30 de Abril de 2000. Ella había sido su modelo y la inspiradora para dedicar su vida a la vida misional que comenzó allá en su Polonia natal. Ya que Santa Faustina Kowalska, desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. De su humilde mesita de luz, tomo el Diario de Santa Faustina, que ella leía antes de dormir, denominado La Divina Misericordia de mi Alma, libro místico que recoge las palabras de Jesús sobre su infinita misericordia. Abre el libro en un párrafo que hacia tiempo, meditaba... “Hoy tráeme a toda la Humanidad, especialmente a todos los pecadores y sumérgelos en la inmensidad de mi Misericordia. De esta Forma me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas. Hoy tráeme a las almas de los sacerdotes y religiosos y sumérgelas en mi insondable Compasión. Hoy tráeme a las almas que están detenidas en el purgatorio y sumérgelas en las profundidades de mi Clemencia. Que mi sangre, cayendo a chorros, apacigüe las llamas en que se abrasan. Todas estas almas me son muy queridas. Ellas cumplen el castigo que se debe a mi justicia. En tu poder está socorrerlas. Saca todas las indulgencias del tesoro de mi iglesia y ofrécelas por ellas. ¡OH!, si supieras que tormentos padecen, ofrecerías continuamente por ellas el óbolo de tus oraciones y así saldarías las deudas que ellas tienen con mi justicia”. La Hna. Teresa, levantándose de la cama, se arrodilla ante la imagen de la patrona del pueblo, la Virgen de la Candelaria, disponiéndose a hacer algo que desde hacia mucho tiempo había abandonado; la oración. Su rezo se elevo grácil y amoroso hacia las almas perdidas en absorta misericordia, mientras seres de túnicas y capuchas blancas en angelical epifanía se corporizaban en los recovecos mas olvidados de la Prelatura, difuminándose al instante ante una fe que desfallecía. Con su semblante de profunda misericordia, la virgen contempla como la Hna. Teresa con el rostro entre las manos llora amargamente murmurando:
-Perdóname Señor...no puedo...- (Se sentía como Pedro en el Huerto de lo Olivos que en vez de rezar se quedo dormido y termino traicionando al Maestro. Y hacia suya la recriminación de Jesús...” Simón, ¿duermes? ¿Ni una hora has podido velar? (Mc 14,37); anhelando ser como el Maestro que sumido en su angustia insistía mas en su oración, como relataba el evangelista Lucas) sus labios se callan abruptamente, al descubrir por la ventana una mirada penetrante y triste que la espía. Shulco juega con un amasijo de trapos sueltos, mientras la hermana con un grito de terror cae desvanecida a los pies de la imagen de la Virgen al instante que la aparición desaparece en las sombras.
