La Hna. Teresa, misionera claretiana, recorre el largo pasillo que la separa de la biblioteca, con pasos rápidos e inseguros, volviéndose cuando un murmullo o un ruido desconocido la amedrentaba. Aún tiene la imagen de aquel sacerdote con el cual se ha tropezado fuera de la capilla. No entendía su propia reacción, ese miedo visceral y repentino ante un desconocido. Ella estaba segura que ese rostro lo había visto en alguna parte, pero ese hermano no era del pueblo ni pertenecía a su congregación.
Unos pasos la sobresalta a sus espaldas.
-Hna. Teresa, aquí está el manuscrito que me ha encargado.- acercándose a su oído le susurro con una voz temblorosa- yo no se lo he dado, ¿me entiende?
La hermana Teresa sonríe nerviosa, mientras mira a su alrededor.
-Gracias hermana, quédese tranquila.
Ese manuscrito, apócrifo y prohibido, había llamado la atención de la hermana Teresa, por el celo desmedido con el cuál sus superiores cuidaban de que nadie de la congregación lo leyera. Lo había escrito un sacerdote joven, rebelde, y él mismo se había encargado de distribuirlo entre las prelaturas de Quebrada y Puna. A causa de ello había sido expulsado de su orden, nadie sabía su paradero ni que había sido de él, convirtiéndose en un mito más en la silente orfandad de los claustros. Mientras lo oculta entre sus ropas, sale de la capilla con pasos rápidos y furtivos.
Unos pasos la sobresalta a sus espaldas.
-Hna. Teresa, aquí está el manuscrito que me ha encargado.- acercándose a su oído le susurro con una voz temblorosa- yo no se lo he dado, ¿me entiende?
La hermana Teresa sonríe nerviosa, mientras mira a su alrededor.
-Gracias hermana, quédese tranquila.
Ese manuscrito, apócrifo y prohibido, había llamado la atención de la hermana Teresa, por el celo desmedido con el cuál sus superiores cuidaban de que nadie de la congregación lo leyera. Lo había escrito un sacerdote joven, rebelde, y él mismo se había encargado de distribuirlo entre las prelaturas de Quebrada y Puna. A causa de ello había sido expulsado de su orden, nadie sabía su paradero ni que había sido de él, convirtiéndose en un mito más en la silente orfandad de los claustros. Mientras lo oculta entre sus ropas, sale de la capilla con pasos rápidos y furtivos.

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