Mientras salgo presuroso de la iglesia, el crepúsculo tiende su manto sobre el pueblo al unísono con los faroles que se encienden repentinamente. De la sombra, que me había dejado inerte y sorprendido no queda ni rastro, ni de la Hna. Teresa. Subo Algunos escalones hacia el Monumento, pero desisto, vuelvo a sentarme en la plaza; el recuerdo de aquella negrura misteriosa me llena de espanto y decido quedarme al amparo de la gente que aún cruza la plaza. La confesión de la hermana mueve hilos misteriosos en mi memoria que es un brocal profundo donde no logro todavía atisbar mucho. Sus palabras e ideas me parecen conocidas, como si no me fueran ajenas. Además, me pregunto por que razón me encuentro en este pueblo solitario e ignoto. No recuerdo mucho. Se que busco a alguien. Entre los remolinos confusos de mi memoria surge la imagen adusta, pero severa de mi padre. ¿He venido a buscarlo a él? Creo que sí, aunque todavía no recuerdo para que. Ah...el me había citado aquí, para decirme algo importante, algo que había confirmado en este lugar. Mi padre siempre tuvo ideas extrañas. Desde niño, me platicó que el bien y el mal no existen por si mismos, que el ser humano crea y alimenta esas fuerzas desde las noches de los tiempos. Pero, desde que visitó Humahuaca algo lo tenía asustado, y en un sobresalto diario hasta que desapareció. De repente, no hubo mas cartas, ni llamadas, nada. Luego de un tiempo sin saber de él decidí buscarlo. Por eso rondo este pueblo, esperando verlo. El tenía la idea de que todos sus esquemas de pensamientos y creencias, a través de la imaginación generaban formas y siempre decía que si uno podía librarse de las ideas podría liberarse de este mundo. Si uno no lo lograba estaba condenado a formar parte de un torrente siniestro o de un torrente celestial, dependiendo de las inclinaciones o limitaciones
de cada uno. En suma, uno era esclavo de sus propias debilidades. Y que lo siniestro o lo celestial no tenía nada que ver con el bueno o lo malo, sino con nuestra incomprensión de la vida. El le tenía miedo a sus ideas, por que habían llegado a obsesionarlo. Las sombras empiezan a ensombrecer mi mente, mientras el silencio lucha con Shulco entre los árboles añosos y las calles que entre adoquines se me antojan muecas gélidas y burlonas. Reflexiono algo que me llama la atención y son los monjes de blanco, me llama la atención que solo los veo en la iglesia ocasionalmente, en devota expectación. En cambio, seres de túnicas negras se deslizan tan furtivamente entre las sombras del pueblo, mimetizándose con ellas, que me hacen dudar si las percibo o son solo una ilusión óptica. De pronto, detrás de las pircas de la plaza, descubro unos ojos brillantes al acecho, seguido de una bandolera de trapos. Me observa. Luego del susto, reconozco al paupérrimo mendigo mientras, pasos lentos y cansinos repiquetean en los empiedres llamando mi atención. En la esquina diviso la figura de un hombre de paso marcial; reconozco al oficial de la regional. Sus pasos se detienen en la puerta de la Prelatura, mientras cansinamente sostiene la aldaba como indeciso; finalmente se decide a llamar. Luego de insistir varias veces, la pesada puerta se abre, asomando la graciosa cabeza de la Hna. Teresa:
-Buenas noches Hna. Disculpe lo intempestivo de la hora, pero tengo noticias que le podrían interesar.
-Buenas noches oficial. ¿Descubrió la identidad de la víctima?
-Era un sacerdote, Hna. Murió, aparentemente de un ataque cardiaco. Era el Padre Bernal que... – No pudo terminar la frase, porque la expresión del rostro de la Hna. Teresa lo sobresalto.
-¿Le pasa algo, Hna? ¿Se siente bien?- Ella se repuso de golpe, sosteniéndose de la puerta, temblando.
-Disculpe, oficial, no es nada. Debo dejarlo, es tarde y hace frío. Gracias por su visita y la consideración de traerme esta noticia.
-Pero, Hna....-La puerta se cerro de golpe dejando al pobre oficial estupefacto ante la reacción de la, hasta ahora, dulce Hna. Teresa.
de cada uno. En suma, uno era esclavo de sus propias debilidades. Y que lo siniestro o lo celestial no tenía nada que ver con el bueno o lo malo, sino con nuestra incomprensión de la vida. El le tenía miedo a sus ideas, por que habían llegado a obsesionarlo. Las sombras empiezan a ensombrecer mi mente, mientras el silencio lucha con Shulco entre los árboles añosos y las calles que entre adoquines se me antojan muecas gélidas y burlonas. Reflexiono algo que me llama la atención y son los monjes de blanco, me llama la atención que solo los veo en la iglesia ocasionalmente, en devota expectación. En cambio, seres de túnicas negras se deslizan tan furtivamente entre las sombras del pueblo, mimetizándose con ellas, que me hacen dudar si las percibo o son solo una ilusión óptica. De pronto, detrás de las pircas de la plaza, descubro unos ojos brillantes al acecho, seguido de una bandolera de trapos. Me observa. Luego del susto, reconozco al paupérrimo mendigo mientras, pasos lentos y cansinos repiquetean en los empiedres llamando mi atención. En la esquina diviso la figura de un hombre de paso marcial; reconozco al oficial de la regional. Sus pasos se detienen en la puerta de la Prelatura, mientras cansinamente sostiene la aldaba como indeciso; finalmente se decide a llamar. Luego de insistir varias veces, la pesada puerta se abre, asomando la graciosa cabeza de la Hna. Teresa:
-Buenas noches Hna. Disculpe lo intempestivo de la hora, pero tengo noticias que le podrían interesar.
-Buenas noches oficial. ¿Descubrió la identidad de la víctima?
-Era un sacerdote, Hna. Murió, aparentemente de un ataque cardiaco. Era el Padre Bernal que... – No pudo terminar la frase, porque la expresión del rostro de la Hna. Teresa lo sobresalto.
-¿Le pasa algo, Hna? ¿Se siente bien?- Ella se repuso de golpe, sosteniéndose de la puerta, temblando.
-Disculpe, oficial, no es nada. Debo dejarlo, es tarde y hace frío. Gracias por su visita y la consideración de traerme esta noticia.
-Pero, Hna....-La puerta se cerro de golpe dejando al pobre oficial estupefacto ante la reacción de la, hasta ahora, dulce Hna. Teresa.

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