viernes, 12 de septiembre de 2008

V - La hermana Teresa Kowalska

La hermana Teresa, arrodillada frente al altar, dispuesta a hablar con su único confidente, observa furtivamente los alrededores de la iglesia, desierta a esas horas, antes de posarlos en la imagen de nuestro señor Jesucristo. Su mirada anhelante se detiene en cada detalle del altar recordando a santa faustina Kowalska, que en su Polonia natal, durante la santa misa celebrada por el Padre Andrasz había visto al niño Jesús sentado en el cáliz (...) con los bracitos extendidos hacia ella. Después de una profunda mirada le había dicho estas palabras: “Así vivo en tu corazón, como me ves en este cáliz”. Ese don había estado en su familia y ella lo llevaba desde niña, aunque le angustiaba darse cuenta que a medida que pasaba el tiempo ella lo iba perdiendo. Segura de la privacidad con el señor, cierra los ojos sin percatarse de la figura que ingresa lentamente, ubicándose a sus espaldas, con afectado gesto de contrición, de rodillas. Ella necesita hablar con alguien de lo que le pasa y no conoce mejor escucha.
-Señor...se que no soy digna de estar ante tú mágica presencia...se que no debí haber leído aquel manuscrito, Señor, que me llena de confusión y de dudas...pero lo que allí dice me asusta y me atrae, como si...perdón, perdón, Señor, por lo que voy a confesar, pero es como que alguna parte de mi siente que puede ser verdad...Allí dice, Señor...-su voz se quiebra y se hace cada vez mas velada- dice que la luz y la oscuridad toman formas de acuerdo a los caprichos de los creyentes...dice, que dicha luz y oscuridad son una creación del hombre...sé que puede sonar a blasfemia- y no pudiendo soportar mas, las lágrimas cayeron por sus mejillas, mientras sus labios temblaban- a causa de eso que leí, Señor, no tengo paz...tengo miedo de pensar...tengo miedo de mis emociones, de mis deseos, porque, ¿y si toman forma señor?, ¿que será de mí?...Mi miedo, Señor, es una fuerza tan voraz que a veces pienso que tiene voluntad propia, ya no lo controlo, Señor, él me controla, me obsesiona, cualquier cosa me sobresalta, experimento terror por el más leve murmullo...señor- y la angustia y las lágrimas se mezclan- ten piedad de mi...ten piedad de tu servidora, Señor...sácame de esta confusión y de la duda que se apodera de mí...
La madre Teresa, sale corriendo, con una angustia terrible, sin percatarse que ha dejado a un impenitente temblando, aferrado a la balaustrada , sin fuerzas y sin consuelo como ella; quién al sentirla pasar oculta el rostro entre las manos, porque de entre los confesionarios una sombra se desliza entre las sombras tras ella dejando una estela de cerrazones mientras los arcángeles arcabuceros, gloria pictórica de la escuela cuzqueña, a lo largo de la nave por algún extraño efecto óptico, cierran sus ojos.

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