viernes, 12 de septiembre de 2008

VII - El ente

Sentado a los pies de la estatua, a muchos pies de altura sobre el nivel de la explanada, observo a mis pies una vez más, un pueblo dormido ignorante de la desolación de mi alma. Las palabras del oficial hacen ecos en mi conciencia. Había hallado a mi padre, el padre Bernal, entre extraños vericuetos del destino. Muerto. Dejándome en un laberinto de misterios y de interrogantes sin respuestas. ¿Para que me había citado? ¿Quién era ese ser que acechaba desde la sombra de túnica negra? ¿Por qué me vigilaba el mendigo? Si, eran muchas preguntas inquietantes y que me daban terror. Empiezo a temblar con esa sensación desoladora del desamparo y la inseguridad, porque una sola herencia me había dejado tras su muerte, el miedo visceral a mi mismo, a mis ideas oscuras, a mi imaginación, a mi in conducta. Porque el me había condicionado con la idea de que al morir esas fuerzas sombrías creadas por mi en vida me obsesionarían. Mi padre, como la mayoría de mi familia sufría de perturbaciones de la actividad cardiaca, palpitaciones, arritmias breves, taquicardia duradera y hasta graves estados de debilidad del corazón, difíciles de diferenciar de una afección orgánica, perturbaciones de la respiración, ataques de sudor, ataques de vértigo locomotor por lo cual no me sorprendía el diagnostico del forense. Pero, algo no encajaba totalmente; viene a mi memoria parte del dialogo de la Hna. con el oficial:
-Su rostro, oficial, expresaba un terror tan conmovedor; los ojos desorbitados, la boca abierta, las manos sobre su pecho, como si hubiese querido alejar algo o alguien de él.
¿Que había aterrorizado tanto a mi padre? De pronto, el silencio de la noche, la soledad de este pueblo que se me antoja a estas horas un páramo inhóspito empieza a inquietarme. Comienzo a sentir las estridentes palpitaciones de mi corazón, y mi cuerpo temblando convulsivamente. Un hálito maligno, ha hecho huir al silencio. No estoy solo; algo o alguien esta parado a mis espaldas. Me parece sentir su aliento en el cuello. No me atrevo a moverme, mientras el cuerpo rehíla siento las manos sudadas a causa de la angustia terrible que me sobrecoge. Siento que las fuerzas me abandonan, caigo de costado mientras observo con terror una entidad umbrosa desprenderse de las sombras con su velo de oscuridad sobre mí. Antes de desvanecerme, mi ultima imagen es la de un mendigo subiendo las escalinatas del monumento con dificultad, casi arrastrándose con sus zarpas de pesadilla extendidas profiriendo un lamento inaudible para mi conciencia.

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