El cielo es una urdimbre de lentejuelas estáticas, en una noche donde mis pasos inseguros retumban al son angustioso de mi corazón. Calles de adoquines que reverberan bajo la atenta vigilancia de los faroles de las esquinas, en una Humahuaca donde el estilo colonial me hace sentir que el espacio y el tiempo se han detenido por alguna lúdica manifestación de la existencia. Me interrumpo un instante en una esquina, donde shulco se empeña en evitar que encienda un cigarrillo, mientras giro para espiar furtivamente el trecho recorrido, con esa sensación de que alguien o algo me esta siguiendo. Mis pasos errantes pero apresurados me llevan a una regia y pétrea formación: el Monumento a la Independencia. Sin pensarlo subo sus múltiples escalones con la ocurrencia de confirmar o no mis sospechas. Luego de una extenuante esfuerzo me detengo al final de la escalinata de piedra, contemplando las calles solitarias y el esplendor de un pueblo dormido a mis pies, arropado por la argenta plata de la luna. Nadie aparece. Las calles son un reflejo de esta orfandad que me acompaña; me digo que estoy susceptible, siendo victimas de mis estados alterados de conciencia. Pero, me sobrecoge una sensación incómoda de ser observado y con esa inquietud creciente espío a mí alrededor escudriñando la oscuridad que me rodea. Nada, solo cardones que elevan sus brazos en una plegaria silenciosa; tal vez algún misterioso responso. Un rumor, un leve siseo entre las sombras me sobresalta; me digo que es Shulco que lúdicamente mece este escenario nocturno. Con cierta inquietud decido marcharme; bajo la escalera lentamente, percibiendo un eco de pasos detrás de mí. Giro, pero solo contemplo el rayo de la luna iluminando la efigie muda e inmensamente maravillosa de la imponente estatua, que pareciera indicarme o alertarme algo con su brazo extendido. Un movimiento tenue me hace voltear hacia la derecha. Como prolongación umbrosa de un churqui que ostenta la majestuosidad sinuosa de sus ramas, un ser envuelto en una aparente toga negra, con la capucha sobre el rostro es una efigie muda, al acecho, amparada por la oscuridad. Quedo petrificado, temblando involuntariamente de terror. La proximidad de esa aparición es una sensación helada en mi corazón. Huyo alejándome del lugar con esa incomoda, aterrorizante sensación de ser observado e incluso los huecos vidriosos de las lámparas parecen muecas burlonas y maliciosas, acechándome. Al doblar una esquina tropiezo con un bulto de trapos sueltos que al volverse hace brillar dos ojos asustados, junto a una mano que frenéticamente intenta aferrarse a mi brazo. Mientras forcejeo con desesperación un quejumbroso murmullo de esa aparición repite: vete...vete de una vez..., al fin logro zafarme de esas manos nudosas, resecas, resquebrajadas por el inclemente frío buscando el amparo de los faroles. Luego de errar frenéticamente entre callejuelas umbrosas ingreso al hotel, agitado, con la contrariedad de que me han cambiado de habitación. Desde su ventana, recostado en el marco, contemplo con desconfianza las sombras que se proyectan por el pueblo que para mí después de la experiencia de esta noche, parecieran tener vida propia. Una vida amenazante, tétrica y misteriosa. Me acuesto lentamente, encandilado por la luz reverberante que me llega del pasillo.
viernes, 12 de septiembre de 2008
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